Bueno, yo hacía mis pinitos con la guitarra (pocos) y alguno con la mandolina (raro que es uno). La flauta en el colegio. En cualquiera de los tres casos, hace demasiado tiempo como para que ahora me atreva con nada (deben haber pasado 20 años desde la última vez que toqué unas cuerdas de guitarra). Ahora, en lo que siempre he destacado, ha sido cantando. Cuando canto la gente se da la vuelta.
Bueno, la verdad es que se da la vuelta y pone cara de espanto. Soy capaz de desafinar hasta límites insospechados. Conseguí poner de moda entre los amigos cantar el cumpleaños feliz en dodecafónica. Bueno, en nuestro caso en doce voces desafinando a más no poder, cantando cada uno en el compás que le daba la gana y alguno canciones diferentes para fomentar la variedad. Sorprende ver como puede haber dos personas cantando el cumpleaños feliz de parchis estando en partes de la estrofa diferentes, otros dos cantando lo que es un chico exceleeeente en otros dos puntos diferentes de la canción, 7 cantando el cumpleaños feliz de toda la vida cada uno por su lado y uno cantando la macarena al mismo tiempo y ninguno estorbando al buen hacer del otro. Todos desafinando al unísono y cantando juntos con gran pasión y devoción por el arte. Por supuesto, a voz en grito. Si a alguien se le ocurre intentar hacerlo bien, se le insinúa amablemente que siga la composición a la que se ciñe el grupo. Los niveles sonoros y musicales alcanzados sorprende tanto que la gente de alrededor aplaude cuando terminamos (quizás precisamente porque terminamos) y el propietario del local en el que estamos a media canción empieza a decirnos que no hace falta que sigamos cantando, que ya trae más comida.