Se acabaron los domingos de antes y tengo un poco de nostalgia.
Antes mi santo se despertaba pronto, iba a por el pan o unos croissants y un par de periódicos; de vez en cuando traía alguna revista de historia (para él), o de decoración (para mi), o la vogue para qué les voy a engañar.
Preparaba zumo de naranja, el café con leche y desayunábamos en la cama leyendo, con el sol entrando a raudales.
A veces íbamos al mercado de San Mateo (de verduras), a veces no nos levantábamos de la cama.
Ahora nos despiertan las nenas a las ocho (después de habernos despertado a las cuatro y yo anoche me quedé trabajando hasta las dos...) les damos el biberón. Sale mi santo a por el pan y los periódicos y nos ponemos a desayunar. A la media hora más o menos, las nenas se despiertan con ganas de juerga. Así que las metemos en la cama y jugamos con ellas hasta las doce -que les toca otro bibe- e intentamos que se duerman para preparar la comida del día y si es posible de lunes y martes. Y aquí estoy, meciendo a una en el despacho (mientras escribo aquí y al mismo tiempo voy sacando los resultados de CYPE de lo que hice anoche) para que con los lloros no despierte a la hermana que por fin se durmió.
¿Y cómo son sus domingos?